17 de Octubre de 1945: Dia de la lealtad Peronista
*Texto inedito de Daniel Chiarenza.
“Un
pujante palpitar sacudía la entraña en la ciudad. Un hálito áspero
crecía en densas vaharadas, mientras las multitudes continuaban
llegando. Venían de las usinas de Puerto Nuevo, de los Talleres de
Chacarita y Villa Crespo, de las manufacturas de San Martín y
Vicente López, de las fundiciones y acerías del Riachuelo, de las
hilanderías de Barracas.
“Brotaban
de los pantanos de Gerli y Avellaneda o descendían de Lomas de
Zamora. Hermanados en el mismo grito y en la misma fe iban el peón
de campo de Cañuelas y el tornero de precisión, el fundidor, el
mecánico de automóviles, el tejedor, la hilandera y el empleado de
comercio. Era el subsuelo de la patria sublevado…”. Raúl
Scalabrini Ortiz.
“¡Ahí
estábamos el pueblo y yo, frente a frente! El Pueblo era todo oídos,
y yo tenía que ser la Voz…” Juan Domingo Perón.
“Comprendí
que esa gente de bromas infantiles y procederes hidalgos, que se
burlaba de lo ridículo, pero respetaba lo respetable, que atravesaba
el Riachuelo a nado, que venía de los apartados arrabales para
jugarse por un amigo, era mi gente; sentía la vida como yo, tenía
mis valores, no se manejaba por palabras sino por realidades; era el
pueblo, mi pueblo, el pueblo argentino…” José María Rosa.
“No
hay rencor en ellos, sino la alegría de salir a la visibilidad en
reclamo de su líder”. Leopoldo Marechal.
“Sólo
un genio pudo haberlo hecho, por eso creo que no lo organizó nadie”.
Arturo Jauretche.
He
aquí algunos de los comentarios contemporáneos que suscitó la
histórica jornada que dividió en dos, inconciliablemente, a la
Historia Argentina.
Y
esta serie temática de interpretaciones que se presentan no pretende
tener otro valor que ese: la tentativa de acercamiento a una realidad
a la cual muchos aluden, pero pocos comprenden.
Es
que nuestros académicos de número con olor a naftalina todavía
están muy preocupados discutiendo si las cintas azules y blancas que
repartieron French y Beruti, en realidad obedecían al distintivo
borbónico que se imponía por "la máscara de Fernando” en
aquella mañana lluviosa –que tampoco existe la seguridad que
hubiese sido así, o por lo menos toda la jornada- del 25 de Mayo de
1810 o su utilización se debe al gusto masónico de la Sociedad
Patriótica que ya conspiraba con fuerza desde el consabido Café.
Esto es aproximadamente discutir sobre “el sexo de los ángeles”.
El
otro tema es el de la autenticidad temporal, es decir, cómo
legitimar el hecho histórico como supuestamente “objetivo”
–cuestión realmente imposible, pues aquel que se dedique a la
heurística y la hermenéutica histórica debería, entonces, haber
nacido en Marte y soplarle historias al oído a Ray Bradbury- de
acuerdo al tiempo transcurrido hasta nuestro días, para desmalezarlo
de toda tintura política –dicen los eruditos de la Academia,
mitrista- que todavía pudieran traer a colación situaciones
partidarias del presente. Falso de toda falsedad. Una cosa es la
política, en el sentido griego de la etimología, como todo aquello
que ocurre en la polis (Ciudad-Estado) y de la cual ningún hecho
puede sustraerse, como el espacio y el tiempo en que ocurren tampoco;
están quieran o no quieran embebidos de política, sin que la
entendamos necesariamente como “partidaria”. Así se quedaron en
su caprichoso análisis en 1930 y algunos audaces pueden llegar a
1943 y no más.
Sin
ofender, se trata de análisis ridículos y anacrónicos. Es lo mismo
que quisiéramos explicar la Constitución liberal, que con ligeras
modificaciones, hasta hoy nos rige, prescindiendo de las alberdianas
Bases y Puntos de Partida, escritas por el intelectual tucumano
apenas un año antes en Chile. O, también, aseverar que las
circunstancias de la presidencia de Sarmiento, pudieran escapar al
marco político -que realmente las explica- y pudieran recortarse
asépticamente como si se tratara de muestras de laboratorio
biológico.
Ya
que lo nombramos, el mismo Alberdi –maestro indiscutido del
liberalismo decimonónico argentino (siempre y cuando se ignore su
última y esclarecida etapa de la ancianidad, con tintes más
nacionales y latinoamericanistas)- les contesta a estos “sabios”
magistralmente diciendo: “Entre le pasado y el presente hay una
filiación tan estrecha que juzgar el pasado no es otra cosa que
ocuparse del presente. Si así no fuera la historia no tendría
interés ni objeto. Falsificad el sentido de la historia, y pervertís
por el hecho toda la política. La falsa historia es origen de la
falsa política”.
Aún
más puntual y gráfico es nuestro admirado maestro, José María
Rosa, cuando afirma que: “Una sociedad no es una entelequia a
desarrollar fuera del tiempo, una máquina que se construye pieza a
pieza. Una sociedad es un cuerpo real y vivo, con raíces que se
clavan en el pasado y ramas que se dirigen hacia arriba”.
LA
CONTRARREVOLUCIÓN DEL 9 DE OCTUBRE.
Era
innegable que algo había ocurrido en el país a partir del 4 de
junio de 1943. Muchos lo entendieron perfectamente: aquellos
laboriosos trabajadores de la ciudad y los peones de inconmensurables
campos que constituían –hasta ese momento- la Argentina invisible.
Otros, no se habían percatado en lo más mínimo de la magnitud de
los cambios que se avecinaban: la Sociedad Rural, el Club del
Progreso, la Cámara argentino-británica, los grandes diarios, los
acólitos de los partidos “democráticos”, es decir, la Argentina
de superficie, la Argentina visible.
Estos
últimos pretendieron algo imposible: detener el reloj de la Historia
y retrotraer, y dejar frenada allí, la situación al 3 de junio de
1943.
El
entonces Coronel Juan Domingo Perón sabía que se tramaba algo
contra su persona. No por lo que él era -esa sería una fútil
excusa- ni por la acumulación de cargos que detentaba (Secretario de
Trabajo y Previsión, Ministro de Guerra y vicepresidente provisional
de la Nación), sino en contra de lo que él representaba, que –como
veremos- era, nada más y nada menos, que la Argentina invisible.
El
teniente coronel Manuel Mora había llegado, inclusive, a planificar
el asesinato –para ese mismo 9 de octubre- del molesto Coronel que
había conducido la Revolución por canales “plebeyos”, que tenía
contactos con obreros, sindicalistas y políticos que no se veían
reflejados en ese país superestructural del “sentido común” y
que parecía haber olvidado a sus camaradas militares que soñaban
con la perfección del ejército prusiano.
Había
que buscar un hecho de peso para lograr el alejamiento de Perón. Por
ejemplo, el reciente nombramiento de Oscar Lorenzo Nicolini como
director de Correos y Telecomunicaciones. Los oficiales de Campo de
Mayo –a los cuales comandaba el general Eduardo Ávalos (jefe
visible de la conspiración)- pensaron que Perón no podía preferir
a un civil como Nicolini (que contaba con 25 impecables años de
trabajo continuo en el Correo), sugerido por “esa mujer” –Eva
Duarte-, a la otra opción del oficialismo castrense que era el jefe
de la Escuela de Comunicaciones de Campo de Mayo, teniente coronel
Francisco Rocco. La milicada se sintió fuertemente desairada en su
marcial orgullo.
Perón
ya había cedido, visiblemente molesto, a dos planteos anteriores de
Ávalos y esta vez no estaba dispuesto a negociar. Y el día de su
cumpleaños (“El Coronel del Pueblo” cumplía 50 años el 8 de
octubre) se lo transmitió claramente a los jefes de Campo de Mayo. O
clarificaban cuál era concretamente el planteo, en cuyo caso él
pedía el pase a retiro o el que se debía retirar era Ávalos.
Los
puso entre la espada y la pared. Argumentos de peso para retirarle la
confianza no había y la excusa a la que se echó mano era una
minucia burocrática. Parecía que Ávalos estaba derrotado ante la
táctica desenmascaradora de Perón, pero al regresar a Campo de Mayo
y anunciar su solicitud de retiro, comenzaron los aprestos de las
tropas, ahora para exigir la renuncia de Perón.
Los
rumores insistentes de sublevación de Campo de Mayo llegaron a
Perón, quien fue “tranquilizado” telefónicamente por el propio
Ávalos que se despidió del ministro de Guerra con “un abrazo y
hasta mañana Juancito”. Es que la sublevación trascendía al
comandante del acantonamiento y a los oficiales inferiores, y estaba
anclada en los jefes.
Así
fue, como el 9 de octubre se desató abiertamente la
contrarrevolución –calificando como Revolución a la del 4 de
junio- haciéndole llegar a la Escuela Superior de Guerra, al general
Ávalos, el petitorio de exigencia al presidente provisional de la
Nación del desplazamiento de Perón de todas sus funciones.
De
la entrevista Ávalos con el presidente Edelmiro J. Farrell surge la
decisión de éste de parlamentar con los jefes de Campo de Mayo. A
los sediciosos les importa muy poco. En inocultable estado de
rebelión, la guarnición de Campo de Mayo está dispuesta a marchar
sobre Buenos Aires.
Por
la otra parte, la de los vínculos populares, los militares allegados
a Perón piensan primero en tratar de disuadir a los insurrectos,
pero, de no ser posible, reprimirlos. Están en esta posición
confrontativa Franklin Lucero, Raúl Tanco, Oscar Augusto Uriondo,
Blas Brisoli, el jefe de Policía Juan Filomeno Velazco, el brigadier
Bartolomé de la Colina y otros. Perón los desautoriza al afirmar:
“Seré leal con el presidente Farrell, cumpliendo la resolución
que él tomó”. Evitó, de esta manera, por primera –pero no
sería por última vez- el derramamiento estéril de sangre
argentina.
El
general Farrell, por la tarde, asistió a la reunión de jefes y
oficiales en Campo de Mayo, llamándolos a la reflexión para evitar
el enfrentamiento entre fracciones. Ávalos respondió altivamente
que la única manera de evitar la guerra civil era el alejamiento
definitivo del Coronel Perón. Farrell, agobiado, llegó a ofertar su
renuncia como prenda de paz y de la incómoda situación a que se
veía expuesto. Habrá pensado: al fin y al cabo ¿a quién debía el
sitial institucional que había alcanzado?
Sin
dar tiempo a pensar, los jefes crispados volvieron a vociferar en
tono amenazante: sólo la renuncia de Perón resolvía la situación.
El
crepúsculo de la hora también parecía indicar la caída definitiva
de Perón, pues desde allí, Campo de Mayo, los generales von der
Becker y Pistarini y el ministro del Interior, doctor Hortensio
Quijano, llegaron al ministerio para imponerlo al Coronel Perón “que
el presidente creía conveniente que renunciase en vista de la
actitud de Campo de Mayo".
Para
demostrar que no le temblaba el pulso ni la fuerza de la voluntad,
Perón escribió en forma manuscrita: “Excelentísimo señor
presidente de la Nación: renuncio a los cargos de vicepresidente,
ministro de Guerra y secretario de Trabajo y Previsión con que
Vuestra Excelencia se ha servido honrarme”. J.D.P. Además redactó
su solicitud de retiro de las filas del Ejército.
Se
dirigió a su departamento de la calle Posadas, lugar por el cual
comenzó el desfile de amigos. Estaba acompañado por Eva. Los
militares amigos lo invitaban a resistir. Se mantuvo imperturbable,
diciendo que le debía lealtad a Farrell. Ahora sólo pensaba en
retirarse a la Estancia de Chubut –ni bien le aprobasen la
solicitud de retiro-, reparar fuerzas y casarse con Eva.
Farrell
volvió a Buenos Aires desde el acantonamiento militar y ordenó a
Quijano dos decretos: en uno aceptaba la renuncia de Perón y en el
otro nombrara a Ávalos en su reemplazo. Aparentemente, la revolución
(encabezada por Ávalos) dentro de la revolución iniciada el 4 de
junio, había salido victoriosa, aunque con fuerte olor a pírrica.
“SEPA
DOCTOR QUE LA HISTORIA HA PASADO AL LADO SUYO Y USTED LA HA DEJADO
ESCAPAR”.
Perón
no ignoraba que detrás del general Eduardo Ávalos –miembro del
GOU y revolucionario de Junio- estaba un político de viejo cuño
radical que había ocupado la gobernación en Córdoba: Amadeo
Sabattini-
Perón,
aquel 9 de octubre en su departamento de la calle Posadas, amonestó
severamente a Colom, director del periódico La
Época,
trasladándole su dura referencia a Ávalos, diciéndole: “Todo
esto es cosa de ese tanito de Villa María… Lo ha enloquecido a
Ávalos. Le prometió la vicepresidencia y ese irresponsable ha
jugado el destino de la Revolución…”.
Y
Ávalos mintió en la mañana del 11 de octubre cuando afirmó: “No
hay candidatos oficiales”. Era un tiro por elevación a Perón,
pero él tenía su candidato oficial: Amadeo Sabattini. Aunque los
sectores más oligárquicos y reaccionarios de la contrarrevolución
se aglutinaban tras la figura del flamante ministro de Marina: Héctor
Vernengo Lima.
Ávalos
–aunque profundamente antiperonista- representaba a sectores
nacionales dentro del Ejército, y como tal, quiso llegar a un
acuerdo con el ala más “tibiamente” nacional que se correspondía
más con el radicalismo y, cuyo representante era, el “intransigente”
Sabattini. Éste rehusó el acuerdo por estar comprometido con el
Comité Nacional alvearista, aunque apareciera tan pegado a los
últimos acontecimientos del país. Sabattini no pudo superar su
adscripción a la pequeña burguesía provinciana –un incluido en
los parámetros de la “pampa gringa”, no más-, por ende ligado a
las actividades agro-exportadoras (aunque su “mediopelismo” hacía
más íntima su relación colaborativa) y con un “nacionalismo”
poco convocante, a pesar de constituir el sector más “aggiornado”
del radicalismo, descontando –por supuesto- los que ya habían
tomado otros rumbos más populares.
Llegó
a Buenos Aires, desde Villa María. Transcurrían las primeras horas
del 11 de octubre y se hospedó en la casa de su yerno, Raúl Barón
Biza, en la calle Vicente López, cerca de la Recoleta.
Las
siguientes líneas debieran estar inscriptas en las menudas historias
de las ambiciones personales.
El
médico cordobés ya había rechazado una alianza propuesta por
Perón, porque ambicionaba la presidencia de la Nación. Cuando
Ávalos se enteró de esto (quien también tenía sus ambiciones)
buscó denodadamente un acercamiento con Sabattini, que al parecer
fue inspirador de la contrarrevolución del día 9.
Ni
bien “el Tanito” arribó a Buenos Aires, Ávalos se entrevistó
con Sabattini. La onírica fórmula Sabattini-Ávalos uniría al
radicalismo con el ejército para bien de la República oficial, de
la Argentina visible, desplazando a ese molesto e impertinente
“Coronel del Pueblo”.
Por
sugerencia de Sabattini, Ávalos presionó a Farrell para que
convocara inmediatamente a elecciones, las cuales se llevarían a
cabo el domingo 7 de abril de 1946.
Pero
mientras tanto, ¿quién gobierna? Ávalos –el nuevo “hombre
fuerte”- sólo atina a ir y venir de Campo de Mayo al Ministerio de
Guerra, de éste a la Casa de Gobierno y de allí a la residencia de
Barón Biza.
Arturo
Frondizi relatará posteriormente que fue a ver a Sabattini al no
acercarse éste a la Casa Radical, e implorándole, balbucea: “¡Haga
algo, doctor!”, “¡Dé un paso al frente! ¡Cualquier cosa! […]
por ejemplo ir a la Casa Rosada a hablar con Ávalos. En el ejército
hay malestar (contra los radicales)? Se han dicho cosas terribles
contra las Fuerzas Armadas en la Casa Radical y entre la gente que
asistía a los debates públicos había muchos oficiales de civil
escuchando eso… El ejército no va a permitir que se vuelva a lo de
antes, al 43… ¡Usted tiene que evitarlo!”.
Pero,
el médico de Villa María le contestó: “Vea, Frondizi. A Perón
lo he sacado del ala y voy a volver a sacarlo cuantas veces sea
necesario. Algunos amigos nuestros están impacientes por ocupar
funciones de gobierno, pero es conveniente esperar. A nosotros nos
conviene un ministro conservador.
“Deje
que ocurra eso y el camino de Buenos Aires a Villa María va a ser
chico para la fila de coches de los que van a venir a vernos… No se
preocupe por Perón, está terminado”.
Los
tataranietos de Sabattini todavía deben estar esperando la fila de
coches hasta Villa María…
El
ingenuo de don Amadeo –a pesar de sus 53 años- no veía porque no
quería, porque si el presidente de la Corte Suprema iba al gobierno
es indiscutible que ganaban los conservadores y, con ellos, las
fuerzas retrogradas de la Argentina Visible. Por eso Jauretche –que
también visitó a Sabattini- le aconseja: “Lo encontré más bien
inclinado a la idea de ‘el gobierno a la Corte’. Le hablé con
vehemencia –Ávalos está dispuesto a entregarle el poder, poner
los ministros y mandar adelante el proceso […]. A Perón ja gente
lo quiere, hay que convencerse. Pero, si el propio ejército lo ha
defenestrado, hay que hacerle un funeral de primera… Mande que
hable por radio el hombre más respetado del radicalismo, por
ejemplo, don Elpidio. Que diga que el ejército ha resuelto que
ningún militar puede ser candidato. Que (Perón) se vaya con todos
los honores, porque si no la reacción popular puede ser peligrosa”.
Enseguida
aprovechó para decirle; “Hay que tomar la oportunidad por la
trenza, porque es calva…”. “Sabattini pareció impresionado
–agrega Jauretche- pero al poco rato ingresaron al lugar dos
miembros del Comité Nacional del Radicalismo”. Sabattini confirmó
al hombre de FORJA: “Los amigos del Comité Nacional creen que
conviene insistir en el planteo de que el gobierno entregue el poder
a la Corte”.
“Fue
la última vez en mi vida que vi a Sabattini” –concluye
Jauretche-. “Me despedí así: Sepa doctor que la historia ha
pasado la lado suyo y usted la ha dejado escapar. Nunca más tendrá
esa oportunidad. Usted ha terminado políticamente. Adiós”. Y así
don Arturo, de allí en más, estuvo al lado de Perón.
“El
planteo de Sabattini era correcto en líneas generales –comentó
Frondizi- Lo que no apreció fue el movimiento popular que trajo a
Perón de vuelta”. El futuro desarrollista tampoco lo vio y se
quedó en el radicalismo.
¿PREVEÍA
PERÓN LA ECLOSIÓN POPULAR?
Decididamente
NO. Hay un sinnúmero de actitudes previas al 17 de Octubre que así
nos lo confirman.
Po
ejemplo, la despedida de Perón el 10 de octubre –ya habiéndole
dado curso a su renuncia del organismo-, desde la Secretaría de
Trabajo y Previsión, donde afirmó que: “Los trabajadores deben
confiar en sí mismos, y recordar que la emancipación de la clase
obrera está en el propio obrero. Estamos empeñados en una batalla
que ganaremos porque el mundo marcha en esa dirección […]
Venceremos en un año o venceremos en diez, pero venceremos. Es esa
obra, para mí sagrada, me pongo al servicio del pueblo […] Si para
despertar esa fe ello es necesario, me incorporaré a un sindicato y
lucharé desde abajo. Pido orden para que sigamos en nuestra marcha
triunfal, pero si es necesario ¡algún día pediré guerra!
[…]
No voy a decirles adiós… les digo hasta siempre, porque de ahora
en adelante estaré en ustedes más cerca que nunca”.
Si
bien hay un claro llamamiento a defender las conquistas sociales
hasta este momento alcanzadas, no es menos cierto que la alocución
está dirigida con sentido de futuro desprovisto de inmediatez.
Perón
no pensó en ningún momento en claudicar en la lucha política, pero
sus proyectos estaban encaminados a tomarse un breve descanso –así
se lo expondrá a Evita en su cariñosa carta (una de ellas, porque
hubo otra; la primera, para consumo masivo, y la segunda de carácter
secreto, cuyo portador fue el Dr. Ramón Carrillo) desde Martín
García- y luego recomenzar su labor junto a los trabajadores en una
campaña proselitista que lo llevaría a auscultar la opinión
popular en las próximas elecciones. Eso era todo.
El
elemento detonante fue la prisión de Perón y no la obligada
renuncia a sus cargos públicos. El sentimiento de indignación
popular que esto despertó rebasó al propio control del Coronel,
quien, el 17 –desde el balcón de “la Rosada”- presencia
atónito esa reunión no convocada de medio millón de almas que
clamaban por su líder y amigo.
¿QUIÉN
HIZO EL 17 DE OCTUBRE?
La
respuesta depende mucho del interlocutor al cual sea dirigida la
interrogación. Es decir, hasta ese momento, varias podían ser las
respuestas, de acuerdo al interés interpretativo del analista
político o histórico.
Muchos
exageran el papel de Evita, otros lo atribuyen a un entrenamiento
previo del propio Perón, no falta quienes les endilguen un papel
protagónico al coronel Domingo Mercante o al capitán Héctor Russo;
otras versiones, intrínsecamente más polémicas, indican al
sindicalista de la carne de Berisso Cipriano Reyes. Sin ir en
desmedro de ninguna de las personalidades nombradas, nos inclinamos a
pensar que no lo hizo nadie o, mejor dicho, todos. Es lo que afirma
Jauretche: “Sólo un genio pudo haberlo hecho, por eso creo que no
lo organizó nadie”.
Fue
la movilización más pacífica y espontánea de la Historia Popular
argentina. Perón nunca pudo haber convocado –y menos después del
10 de octubre en que perdió contacto con todos los medios de
información- semejante manifestación que involucró a más de medio
millón de personas. Pero el Coronel del Pueblo, sí, fue elemento
convocante, aunque no para que le devolvieran los cargos usurpados
bajo la presión de desatar una guerra civil, sino que aquella
multitud lo único que pedía era la libertad del líder de los
trabajadores.
En
el confinamiento de la isla Martín García, el Coronel estaba
totalmente ajeno a lo que iba a ocurrir. Hasta se podría afirmar,
con algún margen de error, que se sintió vencido y fracasado. Sólo
esperaba su liberación y la aceptación de su pedido de retiro para
casarse con Evita y trasladarse a la Estancia paterna de Chubut. Es
indicativa de todo lo detallado la carta que Perón envió a Eva
Duarte desde Martín García el 14 de octubre:
“Mi
tesoro adorado: Sólo cuando nos alejamos de las personas queridas
podemos medir el cariño. Hoy sé cuánto te quiero y que no puedo
vivir sin vos. Esta inmensa soledad sólo está llena con tu
recuerdo.
“He
escrito a Farrell pidiéndole que me acelere el retiro; en cuanto
salga nos casamos y nos iremos a cualquier parte a vivir tranquilos
[…] Esta [carta] te la mando por un muchacho porque es probable que
me intercepten la correspondencia. De casa me trasladaron a Martín
García, y aquí estoy sin saber por qué y sin que me hayan dicho
nada. ¿Qué me decís de Farrell y Ávalos? Dos sinvergüenzas con
el amigo. Así es la vida […]
“Debes
estar tranquila y cuidar tu salud mientras yo esté lejos, para
cuando vuelva. Yo estaría tranquilo si supiera que vos no estás en
ningún peligro y te encuentras bien […]
“Viejita
de mi alma. Tengo tus retratos en mi pieza, y los miró todo el día
con lágrimas en los ojos. Que no te vaya a pasar nada porque
entonces habrá terminado mi vida. Cuídate mucho y no te preocupes
por mí, pero quereme mucho que hoy lo necesito más que nunca”.
Este
es otro testimonio valorable que se suma a las demostraciones del
espontaneísmo con el cual se movieron las masas sin esperar la
indicación de nadie, como la conversación telefónica que mantuvo
el líder forjista Jauretche en la noche del 16 de octubre con un
dirigente partidario de Gerli:
“-¿Qué
hacemos mañana doctor?
-¿Mañana?
¿Qué pasa mañana?
-Y…
la gente se viene para Buenos Aires… todos están con Perón…
-¿Y
quién organiza eso?
-¡Qué
sé yo!... Nadie… Todos… ¿Qué hacemos nosotros doctor?
-
Mirá… si es así, cuando la gente salga, ¡agarrá la bandera del
comité y ponete al frente!”.
Jauretche,
años más tarde sonrió diciendo que “Pedro Arnaldi movía treinta
votos en Gerli. El 17 de Octubre a la madrugada pasó el puente
Pueyrredón con su bandera, al frente de diez mil almas”.
La
movilización inclusive rebasó a la dirigencia gremial, que un tanto
medrosa había convocado a una retórica huelga para el 18 de octubre
y sin mencionar en los objetivos ni siquiera una vez el nombre de
Perón, limitándose tibiamente a solicitar “la libertad de los
presos políticos y militares”.
Ángel
Perelman, dirigente metalúrgico, vio llegar muy de mañana, el 17,
al local del sindicato de la calle Humberto I, a unos compañeros de
Barracas, que a esa hora suponía trabajando:
“¿Qué
pasa?
-En
Avellaneda y Lanús la gente se está viniendo al centro”.
“-¿Cómo
es eso?
-No
sabemos quién largó la consigna, pero están marchando desde hace
unas horas hacia Buenos Aires”.
“-¡Pero
si la CGT resolvió anoche que la huelga fuera para mañana! ¿Qué
es esa marcha?
-La
cosa viene sola. Algunas fábricas que estaban trabajando han debido
parar, los hombres en vez de irse a sus casas enfilan a la Plaza de
Mayo ¿Ustedes saben algo?”.
Buenos
Aires contempla atónita la llegada de los despreciados cabecitas
negras –así eran llamados despectivamente por la gente “bien”
(tilingos
les llamaría a éstos Jauretche, siendo más contundente en su
taxonomía sociológica) del centro-, venidos de la Argentina
profunda para trabajar en las fábricas de las orillas ciudadanas,
desvencijados en su pobre vestir (descamisados los llamará Américo
Ghioldi). Sucios con la grasa y el aceite del Riachuelo, que algunos
alcanzaron a cruzar a nado. Destrozadas, “desbigotadas”, las
alpargatas por la caminata; pero alegres, inmensamente alegres, al
verse juntos y saberse tantos.
LA
IDOLATRÍA POR PERÓN.
Habría
también que preguntarse: ¿cuándo nació la idolatría por Perón?
Porque si bien es cierto que los trabajadores lo respetaban, lo
amaban, veían en él a su amigo dentro de un sistema político que
hasta esa hora crucial de la historia nacional había sido insensible
a los derechos sociales y de protección laboral. No es menos cierto
que aún no lo habían elevado a la altura de ídolo popular por
antonomasia.
El
apresamiento de Perón fue el más grave error de sus enemigos. Es
muy probable que si lo hubieran dejado vivir su romance en la isla
del Delta –lugar al que se hubiera trasladado Perón luego de su
retiro- y luego regresar cuando las cosas estuvieran encaminadas por
el gobierno, el Coronel hubiera formado un partido con los sectores
laborales que lo seguían, junto a los radicales reorganizados (no
alvearistas, ni sabattinistas). Pero con su prisión tocaron la fibra
emotiva del pueblo. Y el pueblo se moviliza por emociones y no por
razones y conveniencias. Esto, pocos estudiosos de la sociología
consiguen explicar y muy pocos actores de la política atinan a
interpretar.
La
prisión de Perón fue interpretada popularmente como una especie de
martirio, en el sentido cristiano de la palabra. Y sus enemigos,
involuntariamente, desataron una fuerza que no pudieron contener
(como el aprendiz de brujo Mickey en la película “Fantasía” de
Walt Disney). Así, el cariño al hombre que había beneficiado a los
humildes, se convirtió en idolatría. Entonces ese amanecer el del
13 de octubre, nació el ídolo Perón –una especie de semidiós
del Parnaso Popular- que gravitará decisivamente en la vida nacional
por más de tres décadas.
LA
POLICÍA, ¿ESTABA EN CONNIVENCIA CON LOS MANIFESTANTES?
Esta
es otra de las fraudulentas falsificaciones de los recalcitrantes
opinadores que trabajan para la oligarquía. Todo depende de los que
entendamos por “Policía”. Si identificamos Policía con la
jefatura de la misma, difícilmente hubiesen estado en connivencia
con los manifestantes para facilitarles el desplazamiento, y menos
luego de la separación del comandante Juan Filomeno Velazco y el
coronel Aristóbulo Mittelbach, reemplazados por el antiperonista
coronel Emilio Ramírez. Y éste último –sobre todo- intentó en
todo momento dificultar el paso de los trabajadores en los puentes de
acceso a la Capital Federal, ordenando su levantamiento. Pero, a la
media hora, los puentes estaban nuevamente bajos y accesibles de a
pie. Es que sus órdenes se cumplían a medias porque los que debían
ejecutarlas –los agentes, los suboficiales (la milicada)-, por
supuesto, que dada su humilde condición y el compartir las mismas
penurias con los demás trabajadores, simpatizaban con la causa
suprema que los movilizaba. ¡Había que liberar al Coronel del
Pueblo!
Al
mediodía del 17, cuando ya eran unos quince mil los acampados en la
Plaza de Mayo, el almirante Vernengo Lima exigió que la policía los
dispersara, pero el jefe naval no se sintió obedecido. De todos
modos ordenó que la guardia de seguridad desalojara la Plaza de
Mayo: Pero no se cumplió: los subordinados lo oían respetuosamente,
hacían la venia, pero… la guardia no salía.
Y
si algún piquete que portaba la orden de represión llegaba a la
histórica Plaza, se quedaba en las bocacalles de acceso, como para
cuidar a quienes estaban en ella.
Ramírez,
molesto por los telefonazos de Vernengo Lima y el silencio de Ávalos,
acabó por redactar su renuncia, dejarla sobre el escritorio e irse.
JUAN
FENTANES NO ERA PERÓN.
La
vacancia imposible de ocupar luego del alejamiento de Perón fue, sin
duda, la de la Secretaría de Trabajo y Previsión. No obstante, los
testarudos contrarrevolucionarios nombraron en ella al profesor Juan
Fentanes, funcionario de Presidencia, católico –vinculado a la
revista “Criterio”-, quien habló la noche del sábado 13 de
octubre, por la cadena oficial de radio.
“Las
conquistas obreras serán respetadas y perfeccionadas a medida de lo
posible… La Secretaría no promoverá audaces improvisaciones, pero
tampoco quedará rezagada… resolverá con criterio de equidad y
justicia las diferencias entre capital y trabajo que no se hayan
podido conciliar…”.
En
definitiva, estaba garantizando las conquistas y reivindicaciones de
la etapa peronista; pero Fentanes no era Perón…
Inclusive
se negó a recibir una delegación de sindicalistas que querían
saludarlo.
Es
que el pueblo tiene intuición, una especie de “sexto sentido”, y
muy pocas veces se equivoca al elegir “su” conductor. Es que no
es suficiente ser dadivoso, tener un lenguaje populista, si el líder
o conductor –y nunca alcanzará esta categoría popular- no goza de
cierto halo que hace que las masas se sientan sinceramente
representadas. Esto tiene más que ver con una mística
revolucionaria y una personalidad irresistible al gusto masivo,
además del testimonio veraz –creíble- dado por la historia
personal del líder carismático.
Conducir
es ponerte al frente de un proceso histórico y seguir el camino que
las masas señalan, y para ello hace falta no ser apresurado ni,
mucho menos, un retardatario, sino acompasar el movimiento popular
que dio origen a la conducción. No por nada la primera verdad
peronista expresa enfáticamente: “La verdadera democracia es
aquellas donde el gobierno hace lo que el Pueblo quiere y defiende un
solo interés: el del Pueblo”. Es por ello que ante la “marcha
democrática” [esto, inevitablemente, me trae reminiscencias del
futuro] que pedía –casi con desesperación el gobierno a la Corte
frente al Círculo Militar, no hubiera hecho falta que saliera al
balcón el apaciguador almirante Héctor Vernengo Lima y les dijera:
“… Yo no soy Perón”. El Pueblo sabía perfectamente que
Vernengo Lima, Ávalos, Fentanes o Braden NO ERAN PERÓN.
VALOR
DEL INFORME DEL DOCTOR MAZZA.
Perón,
en Martín García, había estado elaborando un plan que permitiera
su regreso inmediato a Buenos Aires.
Su
“cómplice” fue el capitán médico Miguel Ángel Mazza. Por esa
época era de público conocimiento que Perón no se encontraba bien
de salud. Lo aquejaba una vieja afección pleural, tal vez como
consecuencia de una congestión pulmonar contraída en La Quiaca en
1931. El doctor Mazza, guardaba antiguas radiografías que
demostraban la existencia de una afección. A esa altura la dolencia
estaba superada, pero cualquier especialista -podía ser un
neumonólogo- que revisase las placas no podría menos que
intranquilizarse.
Perón
redactó una nota dirigida al ministro de Guerra: “Solicito quiera
tener a bien disponer las medidas necesarias para mi asistencia
médica hospitalaria en razón de la afección que padezco, y de la
cual puede dar testimonio y fe el señor capitán cirujano Dr. Miguel
Mazza y que se ha visto reagravado por el clima húmedo de esta
isla”. La nota fue completada con otra del Dr. Mazza: “A raíz de
un examen radiográfico se comprobó que el señor coronel Don Juan
Domingo Perón presenta una elevación cupuliforme del hemidiafragma
derecho cuyo probable origen tumoral sea imprescindible e
impostergable dilucidarlo por examen clínico y de laboratorio de un
ambiente hospitalario […] el clima húmedo de su actual alojamiento
le puede resultar sumamente desfavorable”.
A
partir de allí, Mazza desarrolla una febril actividad
entrevistándose con Farrell y otros militares para lograr el
traslado de Perón al Hospital Militar Central.
Finalmente,
Farrel, Ávalos y Vernengo Lima acceden a que se realice el viaje de
Perón a Buenos Aires. Pero Vernengo Lima impone una condición: la
revisión por parte de una Junta Médica integrada por civiles de su
amistad (Nicolás Romano y José Tobías). Aquel largo 17, en sus
inicios, se embarca la Junta Médica en una lancha de la Prefectura.
En el viaje, Mazza habla en forma privada con el comisario Rodríguez,
peronista leal que acompaña a la junta por solicitud de Farrel. El
fidelísimo Rodríguez debía abrazar al Coronel del Pueblo y decirle
que no se dejara revisar bajo ningún concepto, viéndose la Junta
obligada a ordenar su traslado.
Y
así fue. El plan logró que Perón fuera trasladado al Hospital
Militar Central. Ya es 17 de Octubre. Perón no tiene conocimiento de
lo que ocurre en Buenos Aires y el resto del país.
Por
esos misteriosos hilos comunicantes que suele tener la muchedumbre
(confidencia de marineros, conversaciones de porteros y enfermeros)
la noticia se filtró de inmediato y grupos que clamaban por Perón
se reunían desde las 9:00 de la mañana en la puerta del Hospital
Militar.
¿POR
QUÉ SE EVITÓ LA REPRESIÓN AL PUEBLO?
Este
interrogante deberíamos buscarlo en los pliegues más recónditos
del alma de Ávalos.
Evidentemente,
ante la negativa policial de reprimir el ministro de Marina –Vernengo
Lima- bramaba de ira, entonces buscó la alianza con el ejército a
través de Ávalos para disolver por la fuerza a los pacíficos
manifestantes.
Ávalos,
rara y caballerosamente, contestó que eso no era función militar.
Ya
en las últimas horas del 16, Ávalos lo había adelantado por radio:
“El ejército no intervendrá contra el pueblo en ninguna
circunstancia”. Si la Policía no podía o no quería hacerlo, el
ejército no asumiría esa responsabilidad.
El
investigador estadounidense Robert Potash no se explica la razón por
la cual Ávalos no ordenó que el ejército, juntamente con la
marina, aplastase al pueblo.
Tal
vez haya sido por un “profundo sentimiento de culpa” que le había
dejado en el espíritu el tiroteo del 4 de Junio de 1943 frente a la
Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), donde se produjeron las
bajas de numerosos civiles.
Lo
cierto es que Ávalos no quiso que corriera sangre en una
manifestación en la cual participaban mujeres y niños. En cambio
Vernengo Lima, ya en el colmo del paroxismo,, pensó en usar
únicamente marineros para desalojar la Plaza, y dio instrucciones a
las unidades de Puerto Nuevo de mantenerse alertas. Finalmente, no
dio la orden decisiva, seguramente en la esperanza de que Campo de
Mayo acompañase la compadra antipopular; entonces, prefirió usar a
los estudiantes fubistas [de la FUBA] pidiéndoles que provocaran a
la manifestación popular. Pero los universitarios se negaron.
LOS
COMENTARIOS DE LA “ARGENTINA VISIBLE”.
El
mismo 17 de Octubre a las 18:00 hs. Salieron los periódicos
vespertinos brindando poquísima información. Comentaban. La Razón:
“numerosos grupos en abierta rebeldía, paralizaron en la zona sur
los transportes y obligaron a cerrar las fábricas, uniéndose luego
en manifestaciones hacia la Capital”. Crítica: “Grupos aislados
que no representan al auténtico proletariado argentino tratan de
intimidar a la población”, luego, fotografiaron a una docena de
desocupados que con aire aburrido marchaban por la Avenida de Mayo y
relataron: “He aquí una de las columnas que desde esta mañana se
pasean de la ciudad en actividad revolucionaria. Aparte de otros
pequeños desmanes, sólo cometieron atentados contra el buen gusto y
contra la estética ciudadana afeada por su presencia en nuestras
calles. El pueblo los vio pasar, primero un poco sorprendido, y luego
con glacial indiferencia”.
El
19 de octubre y días subsiguientes, la prensa y los principales
grupos de opinión se recobraron del primer estupor y recomenzaron la
campaña de agravios.
La
Nación: Personas de ambos sexos “han acampado durante día en la
plaza principal, en la cual, durante la noche; improvisaban antorchas
sin ningún objeto, por el mero placer que les causaba el
procedimiento”. Y luego fustigó “el insólito y vergonzoso
espectáculo de los grupos que se adueñaron durante un día de la
Plaza de Mayo”.
Fue
mucho más sagaz en su comentario The Times de Londres, el cual
conjeturaba: “Un hombre odiado tan intensamente también debe ser
intensamente amado”.
Orientación,
órgano del partido, se espantaba, no sin un dejo de envidia ¿cuándo
ellos, los dueños de la revolución mundial, iban a juntar tanto
pueblo?: “[…] del malevaje peronista que, repitiendo escenas de
la época de Rosas y remedando lo ocurrido en los orígenes del
fascismo en Italia y Alemania, demostró lo que era arrojándose
contra la población indefensa, contra el hogar, contra las casas de
comercio, contra el pudor y la honestidad, contra la decencia, contra
la cultura, imponiendo el paro oficial, pistola en mano y [mediante]
la colaboración de la policía que, ese día y al día siguiente
entregó las calles de la ciudad al peronismo bárbaro y desatado”.
Victorio
Codovilla –secretario general del partido comunista argentino-
completó así las definiciones de la prensa partidaria: “Los
nazi-peronistas tienen un plan de acción y una dirección única
encargada de hacerlo cumplir. Lo aplican escalonadamente, pero con
una audacia sin límites, bajo el amparo de la policía. La huelga
del 18 de octubre, lograda en parte por la demagogia social, e
impuesta por la violencia, así lo demuestra […] No hay que
llamarse a engaño: el nazi-peronismo sabe actuar audaz y
enérgicamente. Esa huelga y los desmanes perpetrados por las bandas
armadas peronistas, deben ser considerados como el primer ensayo
serio de los nazi-peronistas para desencadenar la guerra civil”.
El
entonces dirigente comunista, Juan José Real, cuenta en su libro:
“El día 16, al atardecer, llegué hasta el puente de Barracas
acompañado por mi amigo, el obrero metalúrgico Ángel Ghersi;
estaban allí contemplando la puja de los obreros por pasar el puente
un grupo de intelectuales. Uno de ellos, médico de algún renombre,
dijo ‘Esto se arregla con un par de ametralladoras’. Arrebatado
de indignación exclamó mi amigo: ‘¡Eso no, compañero! ¡Eso
nunca!’ Regresamos y durante el resto del día, y del siguiente 17
mi amigo y camarada guardó silencio. ¡Estábamos del otro lado de
la barricada!”.
Mientras
en La Vanguardia don Américo Ghioldi filosofaba: “En los bajos y
entresijos de la sociedad hay acumuladas infelicidad y sufrimiento,
miseria, dolor, ignorancia, indigencia más mental que física.
Cuando un cataclismo social, o un estímulo de la policía, moviliza
las fuerzas latentes del resentimiento, se cortan todas las
contenciones morales, dan libertad las potencias incontroladas, y la
parte del pueblo que vive del resentimiento se desborda en las
calles, amenaza, vocifera, atropella, asalta a diarios, persigue en
su furia demoníaca a los propios adalides permanentes”.
Las
fantasías de la FUA la hacían decir que la Reforma Universitaria
había protegido a la clase trabajadora y “ésta no podía
progresar asociada a Perón que tiene en sus manos sangre de obreros
y estudiantes”.
La
Mesa directiva del radicalismo afirmó que “las reparticiones
públicas planearon al detalle ese acto, y se sabe con certeza que en
gran parte pudo hacerse usando la coacción y la amenaza […] se
ultrajó a la ciudadanía con la ayuda policial […] el número de
manifestantes no fue mayor de 60.000, de los cuales un 50% lo
constituían mujeres y menores, teniendo informaciones fehacientes de
que muchos recibieron dinero para concurrir” ¡Oh, los famosos
choriplaneros! ¡La grasa militante! Más de setenta años después
los argumentos reaccionarios, de una burguesía asustada que la hacía
fascista, vuelven a repetirse ad-libitum.
Era
inútil que la Argentina visible protestara y tergiversara. La otra,
la invisible, acababa de materializarse.
Daniel
Alberto Chiarenza:
Nació
en Capital Federal, afincándose desde muy niño en Lomas de Zamora.
Al unirse en matrimonio con la profesora Mónica Oporto, con quien
tuvieron 5 hijos, desde hace cerca de 40 años vive en Burzaco,
también ciudad del Gran Buenos Aires. Redactó unos 200 fascículos
dirigidos por José María “Pepe” Rosa. Colaboró en las revistas
NotiLomas y Buenos Aires/17. Historiador, especializado en efemérides
nacionales, populares y latinoamericanas en columnas de radio en FM
Ciudades (dir. Gabriel Mariotto). Relator de las comisiones de
Identidad Bonaerense y de Drogadependencia de la Cámara de Diputados
de la provincia de Buenos Aires. Escribe en el periódico de la ULZ
InfoRegión. Retirado como docente, siendo regente del Instituto
Lomas y profesor (30 años) del CEN 451 de Adrogué. Autor de las
obras: Historia General de la Provincia de Buenos Aires; El olvidado
de Belém: vida y obra de Ramón Carrillo; Ramón Carrillo: vida y
obra del ilustre santiagueño; Historia Popular de Burzaco, T.1;
Santiago del Estero-Belém do Pará. Una vida, un destino: Ramón
Carrillo; El Jazz Nacional, a través del itinerario rítmico de
Jorge A. Chiarenza (inédito). FM Sueños: “Jazz entre bambalinas”.
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